Sería interesante descubrir cómo los españoles reaccionarían ante un futurible donde la forma de Estado pasara de monarquía a república y Felipe VI, el actual Rey, fuera el cabeza de lista de un nuevo partido. ¿Ganaría su grupo? ¿Sería el nuevo primer ministro? Desde luego, por formación, criterio, modernidad y prudencia, tendría sus bazas, pues supera con creces a la media de la clase política nacional, en uno de los momentos en que abunda la mediocridad por encima de otra cosa.
Felipe VI (Madrid, 1968), título de Derecho por la Universidad Autónoma madrileña y máster en Relaciones Internacionales en la Georgetown University de Washington (EEUU), ha sido en los últimos días gran protagonista de la vida pública: el pasado día 19 se cumplieron diez años de su proclamación como monarca tras la abdicación de su padre, Juan Carlos I, sumergido en sus numerosos escándalos financieros y falderos. Nadie había previsto ese final tan penoso, aun cuando ya expresó un año antes a un círculo restringido su voluntad de hacerlo tras el accidente en un safari en Botsuana, así como sus planes de casarse con Corinna Larsen —la joven e intrépida empresaria aristócrata alemana—, extremo que no llegó a materializarse.
El Rey nunca abdicará, morirá en la cama, sentenció en su día Pilar Urbano, una de las mayores expertas en la Casa Real. Se equivocó de pleno. Juan Carlos I se lo comunicó al entonces jefe del Gobierno, Mariano Rajoy, que hizo esfuerzos para controlar su espanto, y al líder socialista, el fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba, quien actuó de forma más fría y se puso manos a la obra para organizar la sucesión, aprobada en un artículo único a velocidad supersónica por las Cortes.
El hijo no ha tenido un solo momento de paz en sus diez años hasta ahora de reinado, una década que algunos han calificado como la de la adversidad, la etapa más complicada de nuestra democracia sólo comparable al final de la dictadura y los primeros compases de la Transición, cuando reinaba el padre. La dureza le ha marcado huella en el físico, avejentado y canoso. Adelantó en su discurso de proclamación que lo que él pretendía era una nueva monarquía para un tiempo más moderno.
Pero, naturalmente, jamás previó que esa nueva etapa iba a estar repleta de tantos graves problemas familiares empezando por las irregularidades fiscales del anterior monarca y de su cuñado (hoy ex cuñado) y su esposa, la infanta Cristina, a quienes retiró el ducado de Palma, imputados y procesados por malversación, prevaricación y tráfico de influencias. Iñaki Urdangarin fue condenado a más de cinco años de cárcel y ella quedó absuelta, en una sentencia bastante polémica, pero obligada a pagar al fisco más de 250.000 euros por enriquecimiento ilícito.
Tampoco iba a tener un minuto de respiro cuando en marzo de 2020, al inicio del confinamiento por el coronavirus, para frenar una información de la prensa británica sobre la herencia del padre, anunció que renunciaría a ese presunto legado y que retiraría la asignación económica anual al padre por sus numerosas irregularidades con Hacienda. El rey emérito decidió abandonar España —más bien forzado por las presiones del Gobierno de coalición de Pedro Sánchez— y estableció su residencia en Abu Dabi, la capital de Emiratos Árabes Unidos, donde no está sujeto a obligaciones con el fisco emiratí.
La conducta de Juan Carlos I ha quedado muy manchada y ha dañado la propia imagen de la Corona, pese a que ha puesto en orden sus compromisos con la Hacienda Pública, gracias sobre todo a que algunas de las irregularidades las cometió cuando su figura era inviolable como jefe del Estado. El Emérito realiza cada vez más viajes a España para participar en las regatas de Sanxenxo (Pontevedra) aunque no se le permite residir en el Palacio de la Zarzuela. En esa decisión pesa la postura firme de Sánchez.
El actual primer ministro y el monarca mantienen una relación educada, pero el primero es muy celoso de que Felipe VI le reste protagonismo, sobre todo en materia de política exterior. Un botón de muestra ha sido el giro en las relaciones con Marruecos, el reconocimiento del Estado palestino y de algún modo la reciente crisis diplomática con Argentina. Y en el plano nacional, más allá de la crisis catalana, le tuvo previamente ajeno a las dos polémicas cartas a la ciudadanía, donde anunciaba la posibilidad de dimitir. Felipe VI ha tenido que aguantar feos de Moncloa en viajes al exterior. En cuatro de ellos, entre ellos el de la toma de posesión de Javier Milei, no le acompañó el jefe de la diplomacia, José Manuel Albares. Y en el viaje a los países bálticos esta semana no fue tampoco. La titular de Defensa, Margarita Robles, se unió a la expedición el último día.
Sin duda, el momento más delicado del reinado de Felipe VI ha sido la crisis del procés, que él calificó en un discurso a toda la nación como un acto de «deslealtad inadmisible» e instó a los poderes del Estado a restablecer el orden constitucional. Nunca se lo han perdonado los partidos independentistas y en cierta manera la mayoría de la población catalana. Es en Cataluña donde menos calidez suscita su persona, pese a que ha ido en visitas oficiales allí muchas veces. En Gerona sigue siendo considerado por el Ayuntamiento como persona non grata y los actos anuales de los premios Princesa de Girona siguen sin poder celebrarse en la ciudad donde fue alcalde Carles Puigdemont.
Vox y otras voces de la extrema derecha presionaron con ignorancia para que el monarca no rubricara con su firma la ley de amnistía recientemente aprobada. Seguramente, él discrepa de la misma, pero deberían saber que el Rey está obligado a hacerlo conforme marca la Constitución.
Felipe VI tuvo problemas con su padre —y algo menos con su madre— cuando les comunicó que iba a casarse con la periodista de televisión Letizia Ortiz. Amenazó incluso con renunciar a la sucesión si se oponían. La relación de la reina Letizia y el Emérito sigue siendo tensa, hasta el extremo que algunos especulan que en los intensos rumores durante los pasados meses sobre la presunta reanudación de relaciones de ella con su antiguo novio Jaime del Burgo estando ya casada —algo de lo que se hizo eco la prensa internacional y la publicación de un libro de un célebre periodista— podría estar gente cercana al Emérito.
El actual monarca tiene una gran debilidad por su hija Leonor, Princesa de Asturias y heredera de la Corona, quien en octubre juró la Constitución al cumplir la mayoría de edad. Independentistas y nacionalistas se ausentaron del acto. Leonor, que esta semana realizará su primer viaje oficial sola a Portugal, recibirá el próximo miércoles el despacho de alférez en la Academia General Militar de Zaragoza, dentro de su formación castrense, que cumplimentará el curso próximo en la Marina y al siguiente en el Aire.
Es previsible que la princesa prosiga su formación civil siguiendo los pasos de su padre. La heredera, sostienen los estudios de la monarquía, es la gran apuesta de futuro de sus padres para que la monarquía perviva en España en un momento tan delicado. En algunas encuestas sobre ella, más de la mitad de los interrogados piensa que está recibiendo una buena formación y estiman acertado su paso por los tres ejércitos durante tres años. Entre los jóvenes de su edad hay cierta curiosidad sobre su modo de comportarse, aunque es todavía pronto para tener una idea más clara de ella.
¿Qué futuro tendrá la monarquía en España? El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sigue resistiéndose a preguntar sobre la institución en general, sobre el monarca y su heredera, tal vez por temor a que revelara un divorcio de la ciudadanía con la Corona. La monarquía fue respaldada por el referéndum que sancionó la Constitución en 1978. Pero sin duda exigirá algún retoque cuando tarde o temprano se modifiquen algunos artículos de mayor calado de la actual Carta Magna, entre otros la eliminación de la prevalencia del hombre sobre la mujer en la sucesión de la Corona.
Siempre se dijo que no había prisa para la modificación de esa norma. Se habló de introducirla en una adenda en el referéndum sobre la Constitución de la Unión Europea en 2005, pero al final se metió en el cajón por temor a que desatara una espiral antimonárquica. Los grupos a la izquierda del PSOE y los independentistas se han distinguido por atacar a la Corona en los últimos cinco años. A veces con desaires al actual Rey en el propio Congreso de Diputados o en eventos deportivos.
En general, las encuestas publicadas con ocasión de los diez años del reinado de Felipe VI concluyen que un 31,3% de españoles considera que la monarquía ha mejorado respecto a hace diez años, y un 16,6% cree que está mucho mejor. Así lo refleja un sondeo realizado por Sigma Dos para el diario El Mundo. Es interesante saber también que un 49,6% piensa que la monarquía constitucional es la mejor forma de Estado para España, pero un 40,4% cree que no.